Afganos en Colombia

Un nuevo descanso al caos.

Afganos en Colombia: riesgos de islamofobia y xenofobia.

Los crímenes de Estados Unidos y sus aliados. En el marco de la Guerra Fría, Estados Unidos armó grupos radicales islamistas a los que presentó como “luchadores de la libertad” en una narrativa distorsionada, apoyada por los medios de comunicación y repetida por Jimmy Carter, Ronald Reagan y George Bush padre. En palabras de Carter, “ahora podemos proporcionar a la Unión Soviética su propio Vietnam” o dicho de manera más cruda “sembrar mierda en su propio jardín”.

No hay que olvidar fue Barack Obama, demócrata, quien envió más tropas a Afganistán, incluso más que George Bush hijo.

Los refugiados no son santos, ángeles ni tampoco demonios, son seres humanos.

 NO hacer juicios morales. Imposible luchar contra una corriente de pensamiento tan marcada, prejuiciosa, moralista y ridícula.

Desprecio a los pobres…

La crisis humanitaria va a ser enorme; porque el nivel de pobreza, desnutrición y falta de acceso al agua y a la alimentación es crónica, todo esto agravado en pocas semanas. El flujo de desplazados forzados se concentra en Kabul (80% son mujeres o niños) y el de refugiados impactará, como en el pasado, principalmente a Irán y Pakistán.

Bastaría con que los cuatro mil afganos que llegan de este país empobrecido y destruido fueran suecos, rubios y de ojos azules para que la actitud de los colombianos fuera diferente.

Romper los cuatro obstáculos, Islamofobia, Xenofobia, Falta de política exterior, Falta de política migratoria. Los cristianos y los musulmanes son mucho más cercanos en la fe de lo que podrían pensar.

“Lo importante no es lo que el Corán dice, sino lo que la gente cree que dice”

LAS MENTIRAS. El Corán dice que te prometen 70 vírgenes, la gente dice que el Corán dice que hay una obligación de suicidarse para matar enemigos y que la fe del islam debe imponerse por medio de la fuerza. Ninguna de las anteriores afirmaciones es cierta, sino una creación del imaginario popular.

Para entender los derechos de los refugiados viene de la decisión del Gobierno de Iván Duque, que no parte de un gesto de solidaridad internacional o humanitario, sino que es una imposición de los Estados Unidos. Esta decisión de recibir a los afganos no nace de una actitud proclive al respeto del Derecho Internacional, tantas veces violado en Colombia, sino de que somos mandaderos.

Así, Afganistán sufre las consecuencias de las guerras de ocupación inglesa, soviética y estadounidense; del mercado interno e internacional del opio y del atraso agravado por un modelo neoliberal, mientras la ofensiva de los talibán avanza imparable. Nada bueno puede salir de allí.

El análisis del escritor Víctor de Currea Lugo, nos muestra una realidad objetiva de como acercarnos a hacer ciudadanos de un mundo globalizado en el superar la guerra humanitaria.

Hace muchos años fui invitado a dar una conferencia en Suecia sobre los derechos de los refugiados. La manera más práctica que encontré para explicar esto fue situándolos en una imaginaria guerra entre Dinamarca y Suecia que los llevaba a huir de su país y a terminar viviendo en otro donde se come una raíz llamada yuca y se habla un idioma extraño llamado español. Eso los puso a pensar de otra manera sobre la migración que llega a ese país escandinavo.

Pareciera que pudiéramos usar el mismo mecanismo para explicar a la población colombiana la llegada temporal de cuatro mil personas de Afganistán a nuestro territorio, pero creo que esa metáfora, por acertada que sea, tendría que romper antes, por lo menos, cuatro obstáculos.

Islamofobia

El primero de estos obstáculos a romper para entender la migración es la islamofobia, porque, aunque nunca se haya cogido un Corán entre las manos, la gente dice que el Corán dice que te prometen 70 vírgenes, la gente dice que el Corán dice que hay una obligación de suicidarse para matar enemigos y que la fe del islam debe imponerse por medio de la fuerza. Ninguna de las anteriores afirmaciones es cierta, sino una creación del imaginario popular, tal como se inventó el mito de que Eva le dio a Adán una manzana cuando en ninguna parte de la Biblia mencionan esa fruta.

Repito la frase que suelo usar del profesor Olivier Roy, lo importante no es lo que el Corán dice, sino lo que la gente cree que dice; esto significa que se ha construido un islam del tamaño de los miedos de las personas, lejano a la vida musulmán, contrario a los principios del islam y basado en la prevención. Bastaría explicarles a los colombianos que los cristianos y los musulmanes son mucho más cercanos en la fe de lo que podrían pensar.

En Colombia se impone la tradición de condenar sin juzgar o juzgar sin entender. Así hemos construido a una persona de fe musulmana mucho más peligrosa, a pesar de que no lo sea, que un católico que le rece, por ejemplo, a la virgen de los sicarios.

Xenofobia

El segundo de los obstáculos es la xenofobia, y esto no tiene que ver con que Colombia no haya tenido migración. Ese no solamente es un argumento falso, sino también contrario a la realidad, porque las migraciones árabes que llegaron al norte de Colombia no fueron del todo bien recibidas. Además, hay que recordar que la migración interna hacia el centro de la capital también es víctima de prejuicios y discriminación.

En el caso de la migración venezolana quedó absolutamente claro que no sirvió para nada que millones de colombianos hubieran salido del país en las décadas anteriores buscando soluciones o que la gente haya viajado por el mundo; la xenofobia la tenemos incrustada. También podríamos decir que más que xenofobia, como explica Adela Cortina, se trata de aporofobia, o sea, desprecio a los pobres.

Bastaría con que los cuatro mil afganos que llegan de ese país empobrecido y destruido fueran suecos, rubios y de ojos azules para que la actitud de los colombianos fuera diferente. Por tanto, el problema no es que sean extranjeros, sino más bien el tipo de extranjeros. La situación de los venezolanos demuestra claramente el tinte racista que durante décadas tuvimos represado y que, por fin, tuvimos contra quien volcar.

Ese mismo sesgo de querer recibir refugiados que llenen ciertos requisitos y no otros es lo que se impone ahora. Entonces, ya hay voces diciendo que los afganos no merecen ser recibidos en Colombia porque son machistas, porque trabajaban para Estados Unidos, porque son de otra cultura o comen cosas diferentes. Pretendemos seleccionar al refugiado a nuestra conveniencia como si se trata de un menú; eso niega cualquier gesto universal humanitario, de recibirlos por el simple riesgo de ser asesinados si permanecen en Afganistan.

Lo que prevalece es ese afán de creer que hay víctimas de primera y víctimas de segunda. Algunos colectivos, desde una supuesta superioridad moral, quieren exigir ciertos requisitos exigidos para llegar a Colombia, y decir quiénes se pueden quedar y quiénes no.

Falta de política exterior

El tercer obstáculo para entender los derechos de los refugiados viene de la decisión del Gobierno de Iván Duque, que no parte de un gesto de solidaridad internacional o humanitario, sino que es una imposición de los Estados Unidos. Esta decisión de recibir a los afganos no nace de una actitud proclive al respeto del Derecho Internacional, tantas veces violado en Colombia, sino de que somos mandaderos.

Ahora, es necesario distinguir entre una actitud sumisa hacia los Estados Unidos de lo que sería una actitud solidaria, así no fuera la buscada. Si bien es cierto, la decisión es impuesta por Washington, no por eso debería castigarse a las potenciales  vìctimas de Afganistan y negarles el ingreso en un purismo que pretende reivindicar que “no somos agentes del imperialismo yanqui”.

La consecuencia final es la protección de cuatro mil personas, así no sean los millones que lo necesitan, así hayan trabajado para el Gobierno de los Estados Unidos, porque podrían ser asesinados en el territorio afgano. A ellos se les puede salvar la vida. Si la vida es realmente un valor como creemos, entonces, deberíamos alegrarnos de que se salven esas personas sin entrar a hacer juicios morales como los que ya están revoloteando sobre el aire. Entonces, hay una contradicción entre el origen de la decisión y las consecuencias de la misma, pero meter todo eso en mismo saco no contribuye a la supervivencia de los afganos.

Colombia en la práctica no tiene política exterior. No la tiene frente a Asia, que desconoce, y mucho menos frente a Oriente Medio, donde desde Tel Aviv se dice lo que se tiene que hacer. No la tiene frente a África, que tampoco conoce, ni en otros temas porque los únicos gestos de política exterior recientes se basan en exigir el respeto a los pronunciamientos de la Corte Interamericana de Derechos Humanos con relación a Venezuela, pero no con relación con la propia Colombia.

También se puede ver esa ausencia de política exterior cuando habla de que Cuba exporta terrorismo por habernos ayudado en el proceso de paz, pero vuelca todo su aparato político para tratar de apoyar jurídica y emocionalmente a los colombianos asesinos del presidente de Haití.

Esa es la política exterior que tenemos, de pandereta, basada en lo que digan los Estados Unidos, dependiendo de sus intereses en las diferentes partes del mundo. Por tanto, mientras no consolidemos una política exterior adecuada no podremos avanzar.

Falta de política migratoria

El cuarto problema para entender los derechos de los refugiados depende de la política migratoria, esa tampoco existe en Colombia, porque, aunque hay migrantes, no hay afán de crearla.

La política migratoria colombiana, por ejemplo, no hace una lectura humana de las necesidades de los que llegan al país sino una basada en sus intereses políticos. Una muestra de esto es solo atender los partos de las venezolanas en territorio colombiano, pero sin garantías de control prenatal.

Ni siquiera para gestionar los recursos que hay para los propios venezolanos ha habido trasparencia, inteligencia ni capacidad de gestión. Por tanto, el manejo de los pocos recursos que lleguen para atender a los afganos el tiempo que se queden aquí puede llegar a ser bastante discutible.

La crisis en Necoclí de migrantes asiáticos que usan Colombia para tratar de llegar a Centroamérica y luego a Estados Unidos, la falta de humanidad por parte de la fuerza pública, los escasos recursos otorgados a Migración Colombia, son otra muestra de que este país no está preparado ni se está preparando para el desafío mundial que es la migración.

Podemos decir, para terminar, que mientras no se resuelva el problema de la islamofobia, la xenofobia, la falta de una política exterior y de migración, lo demás son cantos a la bandera. Lo más doloroso es la cantidad de lecturas rebuscadas que hay sobre estos temas, tan apabullantes, que en lo personal es imposible luchar contra una corriente de pensamiento tan marcada, prejuiciosa, moralista y ridícula.

PD: Como decía un español, la migración no es un problema ni una solución, es una realidad. A eso yo me permito agregar: los refugiados no son santos, ángeles ni tampoco demonios, son seres humanos.

Los talibán en Afganistán, otro desafío mundial

Los Talibán son un grupo de grupos variados, como los piratas de Somalia o los rebeldes de Chechenia. Eso me explicaban en Afganistán los locales; los talibán son tan diversos que en algunas regiones patrullan junto con el ejército afgano; en muchas zonas imparten justicia y en otras cultivan opio.

Para algunos, los talibán son el Caballo de Troya pakistaní en Afganistán. La respuesta sobre qué piensan los afganos de los talibán cambia según a quién se le pregunte y en qué zona del país.

En el periodo 2001-2004 los talibán no fueron destruidos como se sugería, sino que se mantuvieron para luego resurgir con muchas lecciones aprendidas. Desde 2.004 empezaron a recuperar terreno y para 2.008 prácticamente todas las regiones tenían radicales combatiendo a los ocupantes.

Desde ese entonces los Talibàn no han dejado de crecer en capacidad militra y control territorial. Se considera que su actual líder, desde 2016, es el emir Mawlawi Hibatullah Akhundzada.

Entre mayo y julio de 2021, Estados Unidos y sus aliados se retiraron de Afganistán sin haber logrado nada esencial; ni Afgabistan es ahora màs democràtico ni su población civil está mejor y tampoco el mundo es un lugar más seguro ante una amenaza del extremismo islamista.

Más de 2.300 militares estadounidenses murieron y más de 20.000 fueron heridos. No hubo espacio para decir “misión cumplida”, como hizo George W. Bush ante la guerra de Irak. Las tropas locales pusieron alrededor de sesenta  mil muertos.

Tras la salida de las tropas extranjeras, la ofensiva talibán permitió capturar en un par de semanas (agosto 2.021) todas las capitales de provincia y la capital del país: Kabul. Varias zonas rurales habían sido deliberadamente abandonadas para retroceder hasta los cascos urbanos y organizar trincheras para una resistencia que no existió.

Las banderas de los talibán volvieron, así como la prohibición de internet y el control social. Asombra ver imágenes de bienvenida a los radicales en algunas ciudades, no sé si por miedo o por real simpatía, por olvido de los años 90 o por buena memoria frente a los crímenes de los Estados Unidos y sus aliados.

Estando en Kabul, en 2,014 cerca al Centro de Atención de Víctimas de Guerra, encontré a muchos civiles mutilados y su sentimiento generalizado era contra los Estados Unidos. Poco o nada se decía del terrible régimen talibán, de sus restricciones a los derechos humanos y de su despiadado control de la vida cotidiana, especialmente contra las mujeres, como si hubieran puesto a un lado el daño producido por ellos.

Con los talibán: de mal en peor

A comienzos de agosto, las fuerzas armadas afganas tendrían más de trecientos mil miembros, mientras que los talibán estarían entre cincuenta y cincuenta y cinco mil y ochenta y cinco mil. Las primeras son financiadas esencialmente por los Estados Unidos, y los segundos por el narcotráfico y las ayudas de los militares pakistaníes.

Las Naciones Unidas leyeron bien lo que se avecina;  un nuevo descenso al caos (lo digo tomando el nombre del libro de Ahmed Rashid), pues solo en julio anterior se habría producido la muerte de más de mil civiles.

Es cierto que las fuerzas afganas estaban más entrenadas cada año, pero también que los talibán habían aprendido estando por casi dos décadas luchando contra los Estados Unidos. Además, la velocidad del avance recuerda el del Estado Islámico en el norte de Irak, a pesar de su menor capacidad militar frente al ejército iraquí. No basta con tener mayor capacidad militar, si la convicción es mayor en el otro lado de la batalla.

Una mayor preocupación viene de los países fronterizos, tanto por el potencial flujo de refugiados como por el riesgo de expansión de la violencia a sus propios territorios, es el caso de Pakistán (con 2.640 km de frontera común), Irán (936 km), Tayikistán (1.206 km), Turkmenistán (744 km) y Uzbekistán (137 km).

Tan grande es el avance que el Gobierno ha propuesto a los talibán compartir el poder. El problema es que el camino de la paz ya había sido parcialmente recorrido y el balance no fue positivo. Un ciclo de paz no se activa en dos días. Lo único que quedaba negociar era la entrega de Kabul pacíficamente, para evitar un baño de sangre. Finalmente el presidente Ashraf Ghani huyó del país.

La crisis humanitaria va a ser enorme; porque el nivel de pobreza, desnutrición y falta de acceso al agua y a la alimentación es crónica, todo esto agravado en pocas semanas. El flujo de desplazados forzados se concentra en Kabul (80% son mujeres o niños) y el de refugiados impactará, como en el pasado, principalmente a Irán y Pakistán.

Además, el acceso por parte de organizaciones humanitarias va a estar muy condicionado (si no impedido) por los talibán. Más allá de la crisis inmediata, a mediano y largo plazo no hay nada esperanzador, especialmente para jóvenes y mujeres. Hoy es un país sin futuro.

La sensación que queda es que el pueblo afgano perdió veinte años para volver a una situación similar, que la ocupación solo coleccionó errores, que se necesitaron dos décadas y miles de muertos para que Estados Unidos entendiera el fracaso de su decisión colonial y que los roles coloniales (británicos, soviéticos y estadounidenses) no contribuyen ni a la democracia, ni a la justicia y ni siquiera al desarrollo capitalista.

Afganistán y la ocupación soviética

El 27 de abril de 1.978 se dio el golpe por parte del Partido Democrático Popular de Afganistán (PDPA), el partido comunista de allí. El nuevo Gobierno hizo una mezcla de políticas de clase (como la abolición de hipotecas y de deudas de los campesinos) y de “revolución cultural” (encarcelamiento de líderes religiosos, obligatoriedad de la educación y orden de purgas).

Su incapacidad de gobernar fue tan grande que exactamente un año y ocho meses después entraron las tropas soviéticas para tratar de “salvar” lo que ya estaba perdido; una propuesta leninista en un país sin proletariado y sin burguesía, marcado por las etnias y la religión.

Ante el fracaso, los comunistas soviéticos pidieron a la Unión Soviética que ocupara militarmente el país, lo que se hizo realidad en diciembre de 1.979. Durante la Invasión soviética de Afganistàn que tuvo lugar desde 1.979 hasta 1.989 más de cinco millones de afganos se exiliaron, principalmente a Irán y Pakistán.

El rechazo al infiel soviético

En 1.744 nace el wahabismo, una lectura del islam que rechaza las libertades individuales, plantea supuestamente el regreso a las raíces, es integrista y busca regular todo tipo de prácticas y costumbres sociales. A esta se suma el salafismo, otra corriente que busca imponer su interpretación de la ley islámica (la sharía) de manera radical. Estas ideas alimentan a los radicales islamistas que luchan en Afganistán y que serán los predecesores de grupos como los talibán, Al-Qaeda y el Estado Islámico.

Mientras para los comunistas afganos la presencia soviética era la posible tabla de salvación y para Moscú era una tarea más dentro del llamado “internacionalismo proletario”, para la población afgana, mayoritariamente musulmana (97%), la presencia extranjera era una agresión a la umma (comunidad musulmana) por parte de un no-creyente. Esa agresión justificaría la guerra defensiva y a la cual pueden sumarse otros musulmanes, ya que la identidad nace de la religión y no de la nacionalidad, dicho de manera sencilla.

Ir a luchar en tierras ajenas es una práctica tan vieja como la guerra misma y el llamado de los musulmanes afganos a sus hermanos de fe, ante la invasión del infiel soviético, fue respondido por muchos. Se calcula que treinta y cinco mil musulmanes de cuarenta países participaron de la guerra afgana. Incluso, el radicalismo islamista también entró en contradicciones con las tradiciones culturales afganas, tensiones que se expresaron militarmente durante los años 90.

No hay que confundir esas milicias de los años 80, con los talibán, quienes, contrario a los que algunos piensan, no fueron creados por los Estados Unidos, sino que estos crearon el ambiente, al apoyar radicales islamistas, para que años después de que dichos islamistas fueran abandonados a su suerte, se formaran los talibán, en 1.994.

Hay tres elementos que se identifican como caldo de cultivo; la alienación política, la identidad ciudadana y el sentimiento religioso. Nótese que no se habla de lo religioso como un todo, sino especialmente de su peso como sentimiento. No es que el radicalismo islamista toque, como un Rey Midas, a los jóvenes musulmanes y los convierta en radicales, sino que hay una serie de complejidades que favorecen este paso.

La ayuda estadounidense a los islamistas

En el marco de la Guerra Fría, Estados Unidos armó grupos radicales islamistas a los que presentó como “luchadores de la libertad” en una narrativa distorsionada, apoyada por los medios de comunicación y repetida por Jimmy Carter, Ronald Reagan y George Bush padre. En palabras de Carter, “ahora podemos proporcionar a la Unión Soviética su propio Vietnam” o dicho de manera más cruda “sembrar mierda en su propio jardín”.

El representante a la Cámara estadounidense Charles Wilson, dice Karl Meyer: “logró cuadriplicar los fondos solicitados por la CIA en 1.984 para los afganos de treinta a ciento veinte mil millones de dólares, suma que fue aumentada a doscientos cincuenta millones de dólares en 1.985 y a seis seiscientos treinta en 1.987, siendo cada incremento igualado por los saudíes”. Nueve años después de la invasión, en abril de 1.988, la Unión Soviética firmó su retiro, que hizo efectivo en febrero de 1.989 y, según algunos analistas, esto fue uno de los elementos determinantes precisamente de su caída.

Pero, cuando se acabó la Guerra Fría, Estados Unidos abandonó el país a su suerte, tal como lo hizo con los somalíes, los contras en Nicaragua y en otros grupos en diferentes escenarios. Sin Guerra Fría, sus pequeños aliados en las guerras regionales no tenían ningún sentido.

Auge y caída de los talibán

El país devastado por la guerra y lleno de islamistas radicalizados y armados entró en el caos. El apoyo militar no solo les llegó desde Estados Unidos, sino también desde Pakistán y Arabia Saudita. En medio de la crisis de finales de los 80, los campesinos afganos recurrieron al opio, lo que a su vez consolidó el poder de los “señores de la guerra”.

En aquel país fracturado, un sector de jóvenes creyentes del islam, desilusionados ante las prácticas criminales de los otrora idealizados muyajadín decidieron organizarse en torno al mullah Omar. Muchos de ellos habían nacido como refugiados en los campos de Pakistán.

Finalmente, el 26 de septiembre de 1.996, los talibán toman Kabul. En un complejo de la ONU capturaron a Najibullah (expresidente desde 1.992) lo castraron y lo lincharon. Además, establecieron fatwas (decretos religiosos) que prohibían la presencia de las mujeres en las escuelas y obligaban a los hombres a llevar barba. Los talibán ofrecieron seguridad a cambio de control social, como han hecho muchos regímenes en tiempos de crisis.

El  gobierno de los Talibàn estuvo caracterizado por la persecución sistemática y abierta de prácticas consideradas por ellos prooccidentales o antiislámicas, tales como; ver televisión, escuchar música, jugar futbol y hasta elevar cometas. Es ampliamente conocida la imposición del burka (o chaderí, como se le dice localmente) y todas las restricciones a la vida social, especialmente contra las mujeres.

Desde su nacimiento hasta nuestros días, pasando por cinco años de gobierno y veinte años de lucha contra Estados Unidos, los talibán mostraron unas prácticas absolutamente contrarias a los derechos humanos, con ejecuciones extrajudiciales, desplazamientos, linchamientos, apedreamientos, torturas y persecución; todo en nombre del islam.

Afganistán y la ocupación estadounidense

Días después del ataque a las Torres Gemelas empezaron a llover sobre Afganistán miles de explosivos sobre zonas civiles, que destruyeron lo que ya estaba destruido, mataron a civiles, derribaron mezquitas… Luego entraron las tropas por tierra y dejaron aún menos fértil un país infértil.

La  ocupacion estadounidence contó con el apoyo de un sector de la sociedad que rechazaba el poder de los talibán. Esto permitió que, con cierta legitimidad, Estados Unidos impusiera un presidente interino afgano en diciembre de 2.001: Hamid Karzai, quien se mantuvo en el cargo hasta el año de 2004. Posteriormente, mediante procesos electorales, gobernó hasta el año 2014.

La lógica de la “guerra contra el terror” se impuso y terminó por reducir el papel de la comunidad internacional fundamentalmente a su presencia militar. Estados Unidos no dudó en repartir libros del Corán en Afganistán con tal de atraer respaldo, también hubo historias de construcción de clínicas sin doctores y escuelas sin profesores. No hay que olvidar fue Barack Obama, demócrata, quien envió más tropas a Afganistán, incluso más que George Bush hijo.

Neoliberalismo y falsa democracia

El gran fracaso de la estrategia de los Estados Unidos fue no conocer Afganistán ni su historia, no reconocer ni respetar su dinámica cultural ni religiosa, reducir su acción a una lógica militar, guiar su análisis en la mal llamada “guerra contra el terror”, creer que unas operaciones cívico-militares, en la llamada campaña “Ganando corazones y mentes”, eran suficientes sin tocar las causas estructurales de la crisis, trasladar su fallido control de la seguridad a unas milicias locales, imponer elecciones que además fueron altamente fraudulentas y, como si todo esto fuera poco, guiar el gobierno con políticas neoliberales.

En 2001 prácticamente ninguna niña acudía a las escuelas y en 2.017 más de 3.5 millones se habían incorporado a la educación. Es precisamente la educación de las mujeres, jóvenes y niñas el (casi) único punto a favor que muestra la invasión estadounidense. Salvo esto, el daño producido a la sociedad sigue siendo una deuda pendiente.

Con esa excepción, podemos decir que el panorama fue de violaciones de derechos humanos, bombardeos indiscriminados a centros de salud, a ceremonias religiosas, a bodas y a muchos bienes civiles. No desarrollaron políticas sociales ni económicas y, además, toda su acción estuvo basada en un modelo fallido.

De hecho, el Senado de Estados Unidos pidió una investigación a los diez años de inversión de millones de dólares en Afganistán y el resultado fue desastroso: la presencia de Estados Unidos no había contribuido en nada al desarrollo económico del país.

Lo que llevó a este fracaso fue, primero, un enfoque no nacional, sino regional y sin soluciones estructurales; segundo, proyectos pensados a corto plazo; y tercero, no tener en cuenta a las poblaciones locales. Vale la pena aquí mencionar que en eso se parece a la propuesta de “paz territorial” de Colombia, impregnada de la experiencia afgana.

El problema grave del poder central de Afganistán es que el poder local ha estado sostenido precisamente en los “señores de la guerra” y ellos dictan las normas tanto desde el parlamento como desde el terreno. Como más allá de Kabul no se puede salir, ellos son un para-Estado, definido por un antiguo ministro de Finanzas como; un “Estado fallido narco-mafioso”.

Estados Unidos fracasó estrepitosamente. Los últimos años han mostrado un aumento del número de víctimas asociadas con el conflicto armado. La  tàctica de «afganizar» la guerra (es decir, entrenar fuerzas locales de seguridad para garantizar el traspaso y finalmente la salida de los estadounidenses) también fue un error, porque era tanto el odio sembrado por el asesinato de civiles por parte de Estados Unidos, que cada curso graduado terminaba con la muerte de varios soldados estadounidenses en manos de quienes acababan de entrenar.

El papel de Pakistán

Muchos prefieren hablar de Af-Pak, para referirse al complejo conflicto que involucra a los dos países, aunque en diferente dimensión. De hecho, la tribu mayoritaria de Afganistán, de los pashtun, es la más numerosa en la frontera compartida entre los dos países y llamada la “Línea Durand”, la cual fue impuesta por los británicos en 1.893, para separar India de Afganistán (recordemos que Pakistán era en ese entonces parte de la India).

Para la mayoría de personas que  entrevistè cuando visitè ese paìs (políticos, abogados, periodistas) los talibán no podrían existir sin el apoyo que tienen desde Pakistán. Los talibán, en su mayoría pashtunes, sacan provecho del poder de esta comunidad a ambos lados de la frontera, pues los de Pakistán se sienten responsables por el futuro de Afganistán.

Pakistán fue la retaguardia de la guerra de los Estados Unidos en Afganistán y, al mismo tiempo, el ejército pakistaní la fuente más importante de ayuda a los talibán. Pero ese doble juego no impidió a los talibán fortalecer su poder en la zona fronteriza (en la llamada FATA: Federally Administered Tribal Areas) y del lado pakistaní, así como su infiltración en los servicios secretos pakistaníes.

El opio del pueblo

En los años 80, los cultivos ilícitos se volvieron la única forma de supervivencia en algunas zonas del país, pero esto alimentó también la economía de la guerra. El mapa de los rebeldes afganos se corresponde con el mapa de cultivos ilegales, en un país que es responsable del 92% de la producción mundial de opio.

Pero el mercado de drogas salpica no solo a los campesinos, sino también a las élites; por ejemplo, algunos familiares del anterior presidente Karzai han estado involucrados en escándalos relacionados con el mercado del opio. Allí, la OTAN se preparó para librar una batalla contra la producción de opio con las mismas estrategias y lógica que ya fracasó en la lucha contra la producción de coca en el caso colombiano.

En Kabul me contaban de un experimento en la región de Herat, en el occidente del país, para la producción de azafrán. El grave problema es que una vez se logró la cosecha no había vías adecuadas para su distribución y comercialización. Por eso, la gente terminó abandonando el proyecto y sumándose a los cultivos ilícitos.

El futuro de los cultivos ilícitos, sea en Afganistán o en Colombia, debería pasar por un debate internacional; así como su persecución no puede limitarse a los productores forzados a hacerlo sin perseguir a las redes internacionales que se lucran con tales negocios. A esto se suma el creciente consumo interno que en el caso de Afganistán que llega a millones de personas.

Así, Afganistán sufre las consecuencias de las guerras de ocupación inglesa, soviética y estadounidense; del mercado interno e internacional del opio y del atraso agravado por un modelo neoliberal, mientras la ofensiva de los talibán avanza imparable. Nada bueno puede salir de allí.

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