OPINIÓN PÚBLICA. Capítulo VII

Medio siglo de la bomba del Zar, 3.800 veces más potente que la de Hiroshima.

El 30 de octubre de 1961 la Unión Soviética detonaba el arma nuclear más grande de la historia. Una demostración de fuerza que resulta empequeñecida ante el poder de la naturaleza

Entre 1945 y 1968, momento en que se acordó suprimir los test nucleares al aire libre, se probaron cientos de dispositivos nucleares en la superficie, la atmósfera y el océano. Los gobiernos de Estados Unidos y de la URSS elegían lugares despoblados, desde zonas remotas de Siberia a los atolones del Pacífico Sur. La propaganda de las súper-potencias aseguraba que estas pruebas cumplían todos los requisitos de seguridad, pero esto era totalmente falso.

El dragón afortunado

En 1954, los pescadores del barco japonés Daigo Fukuryū Maru (Dragón afortunado) se llevaron una sorpresa tremenda cuando faenaban en busca de atunes en las aguas del Pacífico Sur. Sobre las siete de la mañana vieron un resplandor blanco por el oeste, como un segundo sol, y ocho minutos después oyeron el bramido de una inmensa detonación. Más tarde aparecieron nubes que se dirigían hacia ellos a toda velocidad, y pese a que era un día caluroso empezó a caerles encima algo que parecía nieve. Eran lascas diminutas de una sustancia blanca. Los pescadores la recogían de la cubierta con sus propias manos, se la sacudían de los hombros y de la cabeza, no habían visto nada igual en toda su vida. Ignoraban que se trataba del coral pulverizado que había lanzado a la atmósfera la detonación de una bomba termonuclear norteamericana durante las pruebas Castle Bravo a muchas millas de distancia. Les estaba cayendo encima un atolón desintegrado. Era una sustancia altamente radiactiva.
Las pruebas de Castle Bravo experimentaron el poder de la bomba de hidrógeno, un aparato muy diferente a la bomba atómica, que tenía base teórica pero parecía imposible de realizar. Richard Garwin, estudiante de Enrico Fermi, diseñó el primer prototipo, un artefacto que en nada se parecía a una bomba. Era un edificio gigantesco, un complejo laboratorio donde los tubos enormes rodeaban con flujos de hidrógeno el núcleo de explosión nuclear. El calor liberado por la fisión del uranio, similar al de la bomba de Hiroshima, lograría la fusión del hidrógeno circundante en una reacción termonuclear muy parecida a la del sol. Es decir: era una bomba cubriendo otra bomba. Se denominó a la técnica fisión-fusión.

La detonación del edificio-bomba se programó a finales de octubre de 1952 y borró del mapa la isla de Elugelab del atolón Enewetak, dejando en su lugar un cráter de 2 kilómetros de diámetro que fue engullido por el mar. Se había bautizado el aparato como Ivy Mike, y su único cometido era demostrar si se podría conseguir esta reacción. Tras el éxito del experimento (el hongo atómico alcanzó la estratosfera), los ingenieros trabajaron para lograr un prototipo que los aviones bombarderos pudieran llevar hasta Moscú en la estrategia de disuasión. Dos años después se consiguió la proeza técnica, pero cometieron un error gravísimo: el primer artefacto, bautizado como “El Camarón”, triplicó la potencia que habían calculado los científicos y alcanzó los 15 megatones.
¿Cuáles fueron los efectos de este error? De entrada, “El Camarón” sería la mayor explosión atómica al aire libre provocada por los Estados Unidos en toda la historia de la carrera armamentística, sólo superada por la bomba de hidrógeno soviética Zar, cuya historia, de terribles consecuencias para la paz mundial. Pero además, el radio de los efectos contaminantes del test nuclear excedió en mucho el perímetro de seguridad calculado por los científicos. Como consecuencia, varias islas del atolón de Bikini quedaron expuestas a la contaminación. El ejército había evacuado a los nativos de algunas islas, pero el viento arrastró los residuos radiactivos hasta los nuevos emplazamientos, y siguió esparciéndolos a lo largo de la atmósfera y del mar mucho más allá del círculo de aguas seguras ideado en las sesiones teóricas.

Clustertv.net PRENSA INTERNACIONAL
Dirige: Fernando Ballesteros Valencia Periodista Investigador