GACETA reproduce esta conversación con el artista Leonel Vásquez en «Hidroresonancias»; un día de escucha de algunos cuerpos de agua desde el Salto del Tequendama hasta la Laguna Sagrada de Colorados, en las faldas del páramo de Sumapaz. Su trabajo es solo un ejemplo de tantísimos artistas, creadores y curadores que investigan y exploran el agua y el bienestar hidrocomún como el centro de su trabajo.
Hidrorresonar.
Carolina Céron / Leonel Vásquez
Correrás. Tendrás una espuma blanca que desde lejos parecerá nubes densas. Las piedras que recorres estarán manchadas de verde y la caída será majestuosa. Si te desbordaras, esto serían unas cataratas. Pero ya estás desbordada. Esto ya son los residuos de una ciudad de millones de habitantes, ya son las aguas residuales, domésticas e industriales de los cuarenta y seis municipios de la cuenca… Caerás en círculos concéntricos y tu vibración formará otros círculos, otros nodos. La caída será lenta, hipnótica. En la caída parecerá que hay pájaros blancos que revolotean, pero es la espuma volándote alrededor.
Soy hijo de campesinos de Sibaté. Eso me crea un arraigo y una identidad que me asocia especialmente al páramo, la zona de donde viene mi familia. Desde chiquito empecé a vivir entre el páramo y el pueblo. Estudiaba en el pueblo, pero mi padre tenía todas las labores del campo y nosotros le ayudábamos. Mi padre fue líder político campesino durante veinticinco años. Apoyaba el proyecto político de un campesinado que buscaba garantía y acceso a los derechos básicos, como un acueducto rural. Eso no existía. A mi padre le tocó asumir la garantía de la calidad del agua. Cuando él muere, me nace una pregunta por la herencia, no solamente desde lo material, sino desde lo simbólico, lo afectivo.
En la juventud empecé a darme cuenta de que vivo en Sibaté y que vivir en Sibaté es vivir al lado del embalse del Muña. Nunca lo había problematizado, ¿sabes?, porque siempre lo había visto ahí y porque quizás en algún momento no era tan grave la situación. Después empezó a ser un problema para habitar el territorio. Ser habitante del embalse es estar junto a uno de los espacios de sacrificio ambiental más tristes de la humanidad. Tenemos las aguas que vienen de Bogotá cargadas de la actividad de más de nueve millones de personas, más la industria y los desechos de todos los municipios que están a la ronda del río, desde donde nace, en el páramo de Guacheneque.
El embalse se construyó como parte de la estrategia de un proyecto hidroeléctrico. Se necesitaba un sistema eficiente para el alumbrado público que aprovechara la fuerza de la caída del salto del Tequendama. Hacia 1900 se inauguró la primera hidroeléctrica del país en El Charquito y con ella el servicio de luz eléctrica en Bogotá. En 1941 empieza la construcción del embalse del Muña para satisfacer las crecientes demandas de luz. Aquí se produce el 6 % de la energía del país.
Llegan carros, llegan sofás, llegan vacas muertas, llega plomo, llega cadmio, llega mercurio, todo llega al río por el sifón. Les damos la espalda a los ríos porque el agua se lleva todo. Llega la empresa. La empresa limpia el sifón con unas pinzas gigantes. Esto es un parque industrial. Llegan más empresas, aquí nadie vigila. Las empresas botan todo a las aguas del embalse. Pero para el Global Bird Day llegan todas las aves, dice la empresa. Todo es gracias a la empresa, dice la empresa. La empresa parece contenta cuando dice: vienen los niños de las veredas y ven los pajaritos volar. La empresa lo permite, dice la empresa.
Este embalse era idílico, las aguas limpiecitas. En el embalse pescaban carpa y pez capitán. La gente vivía de la pesca. Ese reguerito de veleros en la laguna era muy bonito. El embalse del Muña al principio solamente recogía las aguas de dos afluentes principales que venían de la montaña: los ríos Muña y Aguasclaras. Con el tiempo no fue suficiente, necesitaron más agua y es ahí cuando entraron las aguas del río Bogotá.
En los años noventa todos los clubes que se habían construido alrededor del embalse empiezan a irse, ya no se podía hacer ninguna actividad en estas aguas. Empiezan los olores y los zancudos y las enfermedades y los animales con problemas producto de la diseminación de virus y bacterias.
1999: plan de vida Muña 2000. Fumigación de viviendas, entrega de angeos, plantas alelopáticas, construcción de dos diques para secar las zonas aledañas al municipio. Las jornadas de fumigación no lograban paliar el problema. En 2004: estudio de 400 viviendas, 100 % de estas infestadas del huésped; el culex.
La condición visible y lo que permitió generar cierta movilización para que la comunidad y las instituciones empezaran a prestarle atención al problema se dio por la proliferación de los zancudos. Yo me acuerdo de salir a la calle a las 5:00 p. m., abrir la boca, y que se me metieran los zancudos. En las noches tocaba dormir con toldillo. En las películas salían casas que tenían angeo en las entradas, así eran todas las casas en Sibaté antes.
Leonel Vásquez. Sitar de agua (de la serie Instrumentos Fónicos Anfibios), objeto sonoro; instrumento fónico activado a través del agua.
Tenía una amiga a la que le pagaban por kilo el zancudo muerto. Yo pensaba: esto es pura materia prima para hacer arte. Mi papá tenía una casa y yo le dije que me gustaría montar aquí un proyecto de arte con zancudos, una tienda de suvenires, que se iba a llamar Culex Shop. Culex es la especie. Alcanzamos a hacer camisetas, lámparas, y yo estaba estudiando y hacía papeles con zancudos, quedaban unas manchas, se veían las patas y todo el mundo creía que eran pedacitos de fibra, pero eran zancudos.
Cuando llegaron las aguas del río Bogotá, pues tú atiendes a lo que tu cuerpo te dice: esto huele feo. Pusieron buchón para que no oliera feo y por eso esto se llenó de zancudos. Empezaron las máquinas, quitaban el buchón, pero se esparcía rapidísimo. Traían una suerte de barcos que tenían un rodillo atrás que recogía el buchón y lo trituraba.
Se hizo un censo de zancudos: 162.000 zancudos fue el resultado. Unas personas con trajes y aspiradoras iban a lugares y atrapaban los zancudos. Los expertos dicen que hay que remover el buchón, hospedero de zancudos. La receta: Aniquilamina 4sm.
Todas las noches venían avionetas fumigando por encima. Ya no era solamente el buchón lo que mataban. Si uno tenía plantas en la casa, se le morían. Dijeron perdón, hay que separar las aguas del casco urbano, pues el problema es la gente que está ahí. Pero el problema no es la gente, el problema es que la gente es capaz de darse cuenta de lo que está pasando en el embalse. El problema es el embalse. Las aguas freáticas están contaminadas, el zancudo sigue llegando, los grados de impureza en el aire siguen estando. Secaron una parte del embalse para que no molestaran. Alrededor del embalse las aguas no tienen tratamiento y no hay una autoridad que haga un control, entonces llegaron las fábricas de muchas empresas. A esto le llaman un parque industrial y todos botan sus residuos al embalse.
La empresa llega y saca la energía. Esto es un proyecto de Estado porque estamos construyendo futuro, dice la empresa. La energía prima sobre el agua y sobre las vidas de seres humanos y no humanos. Contemplar esta agua es contemplar una humanidad que tiene que sacrificar su humanidad para otra humanidad y que arrasa de paso con todo lo no humano.
Esto es un proyecto de Estado, no se les olvide, dice la empresa. Esto es el progreso. A los proyectos hidroeléctricos los ampara la Constitución. La empresa no lo dice, pero todos lo saben: entre más densas las aguas del río, más fácil se produce electricidad. La empresa necesita ese río denso, cargado. Pero ven y conoce este gran mundo de la electricidad, dice la empresa. La pureza viene de la montaña, dice en un camión en el trancón de la salida por Soacha.
La mayoría de los terrenos de Sibaté pertenecieron a la Beneficencia de Cundinamarca, y desde allí se construyó un modelo del municipio como lugar de paso para enfermos psiquiátricos, personas con discapacidades múltiples, huérfanos, cuatro hospitales neuropsiquiátricos. En un momento se tuvo una población aproximada a las diez mil personas entre pacientes y cuidadores, eso era más de la mitad del pueblo.
Cuando entendí qué significa estar al lado del páramo de Sumapaz y a la vez estar al lado del embalse del Muña, salieron muchos deseos de trabajar en torno a lo ambiental. Llevo muchos años trabajando con el agua. Desde ahí es desde donde se configura en mí un ímpetu asociado al deseo de cambio en el territorio. La materia aquí es poderosa y tiene la capacidad de transformar; lo que no nos hemos dado cuenta es de que siempre estamos actuando frente a lo que es visible, pero no a la capacidad del material.
Leonel Vásquez, Resonador (de la serie Instrumentos Fónicos Anfibios), objeto sonoro; instrumento fónico activado a través del agua. Foto de Andrés Brand.
Jagüey fue una obra que hice en 2015, donde trabajé con los ríos secos y los criadores de agua en La Guajira. Los cantos que invocan la lluvia son parte de los ritos ancestrales de crianza del agua, prácticas de interacción y cuidado entre el agua y los humanos. Se canta al agua para expresar respeto y admiración, conectándonos como materias sonoras universales, ya que la voz, al igual que el cuerpo, es agua, y al cantarle resuena en el mundo real. Un jagüey es un pozo, un reservorio que se construye cada tres, cinco años, y se va transformando, porque son los medios de abastecimiento, no solamente de aguas para el consumo humano, sino nichos de vida.
El paisaje, al igual que todas las formas de representación, es una reducción de la realidad que hace cosas terribles con la concepción de las dinámicas vivas, vivientes y complejas. No es real. Debemos referirnos mejor al entorno, a las cosas que suenan alrededor nuestro. Por eso no me gusta la noción de paisaje sonoro.
Yo no le puse el nombre de «Abuelas» a las piedras, el nombre se lo han puesto las comunidades indígenas que habitaron estos territorios, especialmente la comunidad Muisca. Para mí ha sido particular, porque en varios encuentros en otros lugares, como el pueblo Anishinaabe, en Canadá, para ellos también son las Abuelas, para el pueblo Dakota también son las Abuelas, y así me encuentro con muchas comunidades originarias que las ponen a participar en eventos rituales. A mí me han interesado las rocas de los ríos porque precisamente me hablan del origen, no de lo que estoy viendo ahí, sino del origen del río, pero el origen también de las rocas del pasado. Me parece importante que tengamos un pie en el pasado y reconozcamos lo que había antes, porque nos cuesta y eso es lo bonito que aparece cuando uno escucha, se revelan aspectos de la realidad que están ocultos y que son importantes para poder descifrarla, para poder darle sentido y para poder hacer algo. En estos momentos de crisis, de dificultad de convivencia, las Abuelas, las rocas, los ríos, tienen mucho que aportarnos.
Lo que tendríamos que hacer es agachar la cabeza y dejarnos guiar por los seres no humanos. Las rocas son seres y escucharlas a partir de lo que he venido trabajando es una manera de entrar en un campo de resonancia que nos elabore los afectos.
Vemos una cantidad de avances en lo tecnológico, una situación generada por el antropocentrismo y por la tecnosfera, que es producto de la inteligencia humana, pero no está al nivel, a la escala o la dimensión de las formas de acoplamiento inteligente de la biosfera y la geosfera. Los afectos de la tecnosfera están puestos en el lugar equivocado. El problema no es técnico, sino de sensibilidad. Por eso el arte tiene mucho sentido aquí, en este lugar: la Estación de Escucha de Alta Montaña y observación de los Ríos del Cielo, que bien puede ser un biocentro cultural, un salón comunal, un centro de arte contemporáneo, una iglesia cristiana, como nos dicen muchas personas. Este espacio es un proyecto en el que venimos trabajando hace un tiempo con mi familia, mi esposa, mis hijas, mis hermanos. Entendemos que una manera de relacionarnos con el territorio es a través de la disposición y la atención hacia lo otro. Nos queremos alinear y ponernos en función de los saberes, el conocimiento, las experiencias, para dialogar con el territorio y con otras formas de vida. Esa es mi apuesta, ahí es donde encuentro todo el sentido a lo que hago como ser humano. Y eso implica la escucha como un gesto bonito, porque es un gesto pasivo, no invasivo. Es un gesto que trata de atender. Desarrollamos muchas actividades, conciertos, talleres, encuentros, buscamos conectarnos con la comunidad campesina, con proyectos que vienen de afuera, de adentro. Esta construcción que tenemos es un templo del agua. Parece que es muy difícil, estando en nuestras casas, en la ducha, en la tina, en el baño, decirle gracias al agua.
Leonel Vasquez. Jagüey, instalación sonora. 2016.
Este páramo de Sumapaz es más o menos la radiografía de lo que pasa a nivel nacional: 20 millones de personas en Colombia toman agua que viene de los páramos y nosotros estamos aquí, frente al páramo más grande del mundo, que es el 40 % que tiene Colombia frente al resto del país. Estamos en un lugar único que podría ser el foco de un conflicto socioambiental. Este páramo tiene que ser preservado, así como sus comunidades y campesinos que han coexistido en este territorio y han llegado aquí, no necesariamente por gusto, sino porque es su territorio de vida. El desplazamiento tanto de la biofauna como de la flora endémica es tan problemático como el desplazamiento campesino. Este páramo tiene que hablar, es un lugar sagrado. Tenemos que venir y aprender del maestro páramo.
Hay algo que se rompe en este modelo en el que vivimos: el agua es un ser y somos nosotros. Alrededor del 70 % de nuestro peso corporal es agua. Casi todos los días el 70 % de nosotros hacemos nuestras necesidades en el 70 % de nosotros. Me he dedicado no solamente en este espacio físico, sino en mis proyectos como artista, a hacer templos del agua, para que las personas vayan a una exposición de arte y se encuentren con una oportunidad de decirle gracias al agua.
Hago instrumentos anfibios, una serie de dispositivos tecnológicos y culturales que traducen las vibraciones del mundo natural a través de unas materialidades que buscan una resonancia para que aparezcan sonoridades que comuniquen y nos hagan sentir algo. La lutería es el arte de hacer instrumentos para la música. Pero en este caso, esta lutería experimental busca encontrar maneras en las que la naturaleza sea la intérprete. Son instrumentos para que la naturaleza toque, cante. Varios de estos instrumentos que pongo en el agua se asemejan a las cuerdas vocales. Por eso muchos instrumentos de cuerda forman un sistema en el que la resonancia de la naturaleza se proyecta hacia nosotros en un flujo vibrátil para que conectemos con ella.
Todas las tecnologías asociadas al sonido han tenido un origen relacionado con la guerra. Los sonares, sistemas de captación del sonido bajo las aguas, no nacieron para cuidar los mares sino para detectar a los enemigos. Es una tecnología de guerra. Yo escucho ballenas con los sonares, ellas envían señales y yo también les envío. Cantamos juntos. Es un sistema de doble nivel: con los hidrófonos se escuchan las ballenas y con los hidroparlantes les cantamos.
Me dedico a crear otras maneras aparte de las que ya conocemos porque, quizás, ya estamos tan acostumbrados a lo que conocemos que no vibramos con ese barullito que hay allí. Cuando ponemos estos instrumentos a sonar con la naturaleza, nuestro cuerpo se pone en un modo generoso, abierto, atento, y permite la apertura. Eso es lo que hacen los instrumentos anfibios. Tengo un arpa hecha para estar sumergida. Tiene un sistema en el que el agua no la afecta. La meto dentro del agua y el agua empieza a vibrar con el arpa. De alguna manera es el canto del agua lo que vibra. Hay varios tipos de cuerdas, de barras, en esta familia de instrumentos anfibios. Unos funcionan para estar fuera del agua, dentro del agua o también entre viento y agua. También los he metido dentro del mar. Lo lindo es que además son micrófonos. Creemos que un micrófono es neutro, pero nunca es neutro. Aquí aprovechamos precisamente esa condición de no neutralidad para exagerarla. Cuando sumerjo estos instrumentos, suenan las aguas, pero también suenan las ballenas a través de los instrumentos. Las frecuencias resonantes de los cantos de las ballenas activan las cuerdas. Entonces las escuchamos a través del instrumento. Ellas también tocan los instrumentos.